sábado, septiembre 07, 2013

Tríptico de Havel. 2.

Una vida como una obra de arte, por Milan Kundera

Siempre le he tenido una especie de alergia al comentario que se atribuye (creo que incorrectamente) a Goethe: "La vida debe parecerse a una obra de arte". La raón por la que el ser humano necesita el arte es porque la vida es amorfa  no se parece nada a una obra de arte. 
Sin embargo, en estos días tan importantes para mi vieja patria, me enteré con enorme regocijo de que Vaclav Havel es el nuevo presidente de Checoslovaquia. Mientras pienso en él me digo que sí existen casos (muy raros) en donde comparar la vida a una obra de arte está justificado.

Un tema central

La vida entera de Havel está estructurada en torno a un tema central; todo está prefijado, no tiene ningún desvío (a Havel nunca le afectaron las ilusiones líricas del comunismo, y de este modo, nunca tuvo la necesidad de deshacerse de ellas, como lo han tenido que hacer muchos). 
Su vida ha sido un proceso paulatino y continuo, y da la impresión de una composición de unidad perfecta. Es más, me parece que Havel mismo, modela su vida como lo hace un escultor con su piedra, dándole progresivamente una claridad de sentido y forma. 
La manera en que condujo la lucha de las últimas semanas ("una especie de revolución pacífica", me dijo en una carta) era fascinante no solamente desde el punto de vista político, sino también estético. Era como el final "prestísimo" de un gran maestro. 
Se supone que una obra de arte han de percibirla otros. Hacer una obra de arte de su propia vida, es exponerla a escrutinio, iluminarla. Pero si el hombre que se ilumina es un artista se corre un riesgo: su vida convertida en obra de arte puede hacer que se olviden sus obras. En el caso de Havel, esto sería una pena. Tenía menos de treinta años cuando se estrenaron sus primeras obras de teatro en Praga: La reunión social en el jardín y El memorandum. Eran inteligentes y provocadoras, no se parecián a ninguna otra cosa por su humor tan irresistible.
De hecho, estas dos obras son mis favoritas, y es porque pude verlas en Praga, en producciones magníficas, completamente fieles al espíritu del autor. 
Pude verlas en el teatro del Balustrade, donde estaba trabajando Havel en aquel entonces, y donde sigue siendo el símbolo del espíritu libre de los años sesenta.
Sus obras posteriores, por ejemplo La audiencia, no son menos esplendidas. Si aún existieran compañías teatrales que consideraran que el texto de un autor es el cimiento del arte teatral, estas obras estarían en los repertorios del mundo entero. 

Siempre dramaturgo

Aunque a Havel se le conoce en el mundo principal (y justamente) como el fundador de la Carta 77, como un disidente que  ha pasado años en la cárcel y como el mayor representante de la moral de su país, en el fondo siempre será un dramaturgo, un poeta del teatro. Ignorar esto es no comprenderle.
Primero significa que no se entiende cuán profundamente enraizado en la tradición nacional se encuentra. El movimiento checo de renovación del siglo XIX no fue organizado en torno a la Iglesia ni al Ejército, sino alrededor de la cultura en general y los teatros en particular. Las grandes figuras políticas de ese tiempo eran escritores: Frantisek Palacky, un historiador; Karel Havilicek, un poeta satírico, y Tomas Masaryk, un filósofo. 
Su dimensión como artista diferencia a Havel de otros personajes políticos de hoy. No deberíamos olvidar que la gente sufría ataques de risa con sus primeras obras de teatro. Sí, Havel suscitó risas. Y humor significa escepticismo. Y el escepticismo a su vez significa auto-ironía. 
Hace dos años, en París, vi su obra de teatro, Largo desolato. En esta obra, Havel considera irónicamente su propia situación: la de un hombre que se dedica a la lucha política y por esto ya no es el dueño de su propia vida, todos los demás quieren apropiarse de ella. Cuando en el último acto, viene la policía para arrastrar al protagonista, éste casi está contento de tener la oportunidad de poder estar solo.
El disidente, este prototipo del héroe moderno, lleva su destino no como algo glorioso, sino como una carga que casi es absurda. Prefiere hacer otras cosas (como por ejemplo escribir poesías u obras de teatro) para deshacerse de su destino. Pero él no puede. Porque mientras tanto, algo más poderoso que él le ha agarrado, algo que lo trasciende, algo que Havel llama la responsabilidad. 

Etíca de su disidencia 

Para él, esto es lo que define como la ética de la disidencia. Habla Havel de ello en el ensayo Un libro checo de sueños de Ludvik Vaculik, una obra magnífica. Impliscito en esta ética, está la certeza (que solamente puede tener un autor dramático o un novelista) de que no existe ninguna unidad entre el carácter del hombre y su destino, que uno siempre es la víctima del otro.
Esta capacidad de tomar un punto de vista irónico, de evitar que interpreten su vida melodramáticamente, se podría considerar sagaz. Entre las grandes figuras políticas contemporáneas, no veo a ningún otro que posea esa sagacidad. Porque esa es la sagacidad de un poeta. 

Vaclav Havel

martes, septiembre 03, 2013

Tríptico de Havel. 1.

Havel, por él mismo -(Autorretrato).


Cuando un autor está mejor considerado por los que le rodean de lo que él mismo se considera, todo marcha bien. En cambio, si el escritor empieza a considerarse más de lo que lo estima su ambiente, tenemos un signo infalible de su próxima decadencia. Por esta razón siempre he tenido un miedo terrible a que algún día me hiciesen, con mucha seriedad, preguntas como estas: "¿Cómo crea usted?". O: "¿Cuál de sus criaturas es la que más le gusta?". O: "¿Cuál es, en su opinión, la relación que le liga a Ionesco?", etc.; y que yo me pusiera a responder en detalle y profundamente en serio, sin darme cuenta de que el entrevistador me estaba gastando una broma de mal gusto. En realidad, el hecho de que el escritor pierda la sana conciencia de la propia nulidad y comience a considerarse como un objeto digno de atención particular, significa casi siempre que ya no está en situación de ver este mundo en sus verdaderas proporciones, y el caso es grave. Quizás, todo cuanto he dicho explique que la primera cosa que me vino a la cabeza cuando me invitaron a escribir fueron las ganas de escaparme. Por tanto, inmediatamente comencé las pesquisas, pero todo llevaba a la conclusión de que iban en serio. Me dispuse encontes a escribir una respuestas seria; si al final resulta que todo era efectivamente una broma y que, por tanto, tengo tendencia a considerarme más de lo que me consideran los demás, será esto un signo precursor de mi próxima decadencia (lo que, francamente, me disgustaría, porque pienso que todavía queda bastante para que comience mi decadencia). Por tanto: Nací en Praga en 1936, terminé la escuela primaria durante la guerra, y la media en 1951; cuando quería seguir en el Liceo los estudios que había comenzado no muy brillantemente, me enviaron a aprender el oficio de ayudante de laboratorio farmacéutico, y trabajé como tal cuatro años. A la vez, acudía al liceo en las clases nocturnas. Después intenté entrar en la Facultad de Químicas, un poco porque la química me interesaba bastante y un poco también porque, dado el trabajo que había hecho hasta entonces, no podía entrar a ninguna otra facultad. No me admitieron. Un año más tarde la química ya no me interesaba, pero conseguí que me admitieran al examen de acceso a la Facultad de Historia del Arte. Pero tampoco en ésta me admitieron. Lo intenté incluso en la Facultad de Filosofía, pero como ésta no me quiso tampoco, me fui a estudiar economía del transporte automovilístico: era la única facultad que consintió en acogerme. Ingenuamente, esperaba que aquello acabara por interesarme. Resistí allí dos años, y después reconocí que aquello había sido una ligereza e intenté pasar a la Facultad de Cinematografía. No me admitieron. Entonces me fui a hacer el servicio militar, en el que, ante mi asombro, me admitieron inmediatamente. Esto sucedía en 1957. Cuando me licenciaron después de dos años y habiendo llegado al grado de soldado raso, intenté que me admitieran en "Dramaturgia", en la Facultad de Teatro, pero tampoco esta vez lo conseguí. Entré entonces como maquinista en el teatro ABC; un año más tarde -siempre como maquinista- al teatro Na Zabradli (de la tribuna), donde todavía me encuentro hoy, primero como maquinista, luego como secretario, luego como lector y por fin como dramaturgo. Todavía en 1961 volví a intentar el ingreso en la Facultad de Teatro, y de nuevo no volvieron a admitirme. Sólo en 1962, cuando era ya dramaturgo en el Teatro Na Zabradli, me admitieron para estudiar dramaturgia por correspondencia. Puedo decir, por tanto, que completé mi formación preparándome para los exámenes de admisión de las diversas facultades; es un buen sistema que puedo recomendar, sin más que prevenir contra el peligro de ser finalmente aceptado en algún sitio. 
Pasemos ahora a mi obra. Desde que tenía dieciséis años comencé a escribir, poesía sobre todo, además de consideraciones teóricas de varios géneros, vicio con el que sólo acabé durante el servicio militar. En aquella época, ya para mi fortuna, los inicios poéticos no eran acogidos con el favor con el que lo son hoy, así que ahora no tengo que avergonzarme ante los habituales de librerías de viejo por las profundas exploraciones por mí realizadas en el mundo de los sentimientos. Sólo durante el servicio militar comencé a interesarme por el teatro, porque allí el formar parte del conjunto filodramático del Regimiento concedía la posibilidad de librarse de vez en cuando de los ejercicios militares. Encarné el personaje del teniente Skrovanek en Noches de septiembre de Pavel Kohout, y debí hacerlo con tal convicción que el comandante de Compañía me juzgó severamente por mi participación en la representación de tal comedia, además de destituirme de mi puesto de encargado de carro de combate y de presidente de las Juventudes Comunistas de la Compañía: Skrovanek es, en efecto, una figura negativa, que ambiciona las funciones del comandante de la Compañía. (Este raro caso de inmediata y espontánea aproximación al teatro está efectivamente verificado). Seguidamente, hice el papel del cabo Trojan (también éste era un farsante negativo -evidentemente aquella era mi vocación-) en la comedia de ambiente militar Una vida por delante, que escribí en colaboración con mi amigo K. B. para uso y consumo de nuestro conjunto filodramático, y que estaba concebida para que se emplease el mayor número posible de compañeros. Parece ser que todavía hoy se discute sobre el significado real de esta comedia en los círculos competentes del Ejército. 
Después del servicio militar, cuando finalmente me admitieron en la Facultad de Dramaturgia, el teatro comenzó a interesarme en serio y, desde entonces publico de vez en cuando artículos teóricos o críticos en la revista "Divadlo". Comencé incluso a escribir comedias, algunas de las cuales se las deje leer a Ivan Vyskocil, que sobre la base de estas lecturas promovió mi ascenso en el Teatro Na Zabradli. Con él escribí en colaboración la comedia Autostop, y en colaboración con Milos Macourek El mejor rock and roll de la señora Hermanova; y después, solo, Fiesta en el jardín y Memorandum. También escribí una antología de poesía tipográfica titulada Antikody. Mi trabajo actual se realiza sobre todo en la compañía del Teatro Na Zabradli, que bajo la dirección de Jan Grossman pienso que tiene muchas posibilidades de hacer un buen teatro. 
Esto es todo. No hace mucho tiempo, un escritor checo, en una confesión en público, repitió pomposamente el verso de Neruda: "Estoy feliz de haber sido todo lo que he sido". Yo no puedo decir lo mismo; me han ocurrido muchas cosas que me han dotado, bien es verdad, de una valiosa experiencia, pero que no me gustaban y no me interesaban. Lo importante es que me interesa lo que  hago ahora.