miércoles, marzo 05, 2008

Vera Linhartova, por Milan Kundera

Palabras sobre el exilio, segunda emisión
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Vera Linhartova era, por los años sesenta, una de las escritoras más admiradas en Checoslovaquia, poetisa, de prosa meditativa, hermética, inclasificable. Tras abandonar el país después de 1968 y emigrar a París, empezó a escribir y a publicar en francés. Conocida por su naturaleza solitaria, sorprendió a todos sus amigos cuando, recientemente, aceptó una ponencia en el coloquio dedicado a la problemática del exilio. Jamás he leído nada tan inconformista y lúcido sobre ese tema.
La segunda mitad de siglo ha hecho que todo el mundo se vuelva sumamente sensible respecto al destino de las personas vetadas en su país. Esta piadosa sensibilidad ha oscurecido el problema del exilio tiñéndolo de un lacrimoso moralismo y ha ocultado el carácter concreto de la vida del exiliado, que, según Linhartova, ha sabido con frecuencia trasnsformar su destierro en una marcha liberadora "hacia otro lugar, desconocido por definición y abierto a todas las posibilidades". ¡Evidentemente, está cargada de razón! Sino, ¿Cómo entender el hecho aparentemente chocante de que tras el final del comunismo apenas ninguno de los emigrados conocidos haya regresado a su país? Ni Milosz, ni Brandys, ni Kolakowski, ni Kristeva, ni Zinoviev, ni Siniaski, ni Skvorecky, ni Forman, ni Polanski, ni Agnieszka Holland, ni Sylvie Richter. ´¡Cómo! ¿No los ha incitado el final dle comunismo a celebrar en su país natal la fiesta del Gran Retorno? Aunque, para decepción del público, no les apeteciese nada, ¿No hubieran podido considerar su retorno como un compromiso moral? Linhartova: "El escritor es por encima de todo un hombre libre, y la obligación de preservar su independencia contra toda traba está por encima de cualquier otra consideración. Y no me refiero ahora a esas descabelladas trabas que intenta imponer un poder abusivo, sino a las restricciones -mayormente difíciles de esquivar porque son bien intencionadas- que apelan al sentido del deber para con el país". En efecto, se remachan tópicos sobre los derechos del hombre y se persiste al propio tiempo en considerar al individuo como propiedad de su nación.
Linhartova va aún más lejos: "He elegido así, pues, el lugar en el que quería vivir, pero también he elegido la lengua que quería hablar". Se le objetará: ¿Acaso no es el escritor, con ser hombre libre, el guardian de su lengua? ¿No es ése el sentido mismo de su misión? Linhartova: "Suele afirmarse que un escritor, más que ninguna otra persona, no es libre de sus movimientos, porque permanece ligado a su lengua por un indisoluble vínculo. Creo que es otro de esos mitos que sirven de excusa a la gente timorata...". Porque: "El escritor no es prisionero de una sola lengua". Una gran frase liberadora. Sólo la brevedad de su vida impide al escritor extraer todas las conclusiones de esa invitación a la libertad.
Linhartova: "Mis simpatías están con los nómadas, no me siento un alma sedentaria. Por eso tengo derecho a decir que mi exilio vino a colmar lo que siempre había sido mi más caro deseo: vivir en otra parte". Cuando Linhartova escribe en francés, ¿sigue siendo una escritora checa? No. ¿Pasa a ser una escritora francesa? Tampoco. Está en otra parte. En otra parte como antaño Chopin, como más tarde Nabokov, Beckett, Stravinski o Gombrowics, cada uno a su manera. Ni que decir tiene que cada uno vive su exilio a su manera inimitable, y la experiencia de Linhartova es un caso límite. Lo que no quita para que, tras su radical y luminoso texto, no pueda ya hablarse del exilio como se ha venido hablando hasta ahora.

Pavel Kohout

Palabras sobre el exilio, primera emisión
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Voy a escribir algo para ustedes pero no sé qué decirles. ¿Algo sobre el texto que ustedes verán? Ya lo juzgarán por ustedes mismos. ¿Por qué lo escribí? Eso les parecerá evidente una vez que conozcan el texto. ¿Decirles que me gustaría estar cerca de ustedes? Está demás decirlo. ¿Por qué no puedo ir? Yo no lo sé. (El Gobierno checoeslovaco me negó el permiso para viajar).
Bueno, tal vez les puedo decir esto: Ustedes van a apreciar una obra escrita hace cinco años. Desde entonces se ha representado en decenas de escenarios, en cientos de oportunidades, pero conozco una persona que nunca la vió: yo mismo.
Conozco una institución de la cual no se puede salir libremente, a causa de los crímenes que uno cometió o que se supone que cometió. Ese se llama cárcel. También conozco otras instituciones, donde se mantiene a las personas para que no infesten a otras con peste amarilla o con su locura. Esos son pabellones de aislamiento o asilos para dementes. Pero no puedo encontrar el nombre para un país donde una persona es libre para comprar papas, ir al cine, criar niños y en casa (además de otras cosas) hasta puede escribir, pero le está prohibido (además de otras cosas) publicar lo que escribe o ir al extranjero a mirar lo que ha escrito.
Ellos me dicen que puedo emigrar. Si así lo hiciera, podría gastar mi vida entera, noche a noche, y asistir a las publicaciones o estrenos de mis obras. También podría apreciar e influir sobre la manera que mi obra se realiza. Pero eso sería preferir a los personajes que he creado en el papel a los de carne y sangre que se me rodean. Abandonar a mis hijos, mis amigos y a toda esa multitud que continuará siendo mi multitud. Aunque sean los nietos de mi multitud los primeros en conocer mi obra. Ellos son los que comparten conmigo el lenguaje en que escribo. Ellos son los que dieron nacimiento al amor y al odio que impregnan mis páginas.
No tengo otra cosa que hacer que seguir escribiendo lo que no veré y sólo preguntarme por qué hay tantos hombres de estado que se pasean pomposos firmando documentos que jamás cumplirán."
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Pavel Kohout vive en Viena desde 1978. Esto no quiere decir que sea un exiliado, alguién que por propia voluntad abandona su patria para buscar refugio en el extranjero. En una nota al diario "El País", de España, (a la cual se puede acceder desde el enlace "Entrevista a Pavel Kohout" de esta misma página -y que resulta de lectura indispensable para quien quiera seguir oyendo a Kohout sobre el exilio) el mismo autor nos cuenta:
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La primera posibilidad era seguir en casa, en Checoslovaquia, aislado. La segunda, el exilio, que era estar aislado de casa. Yo intenté un tercer camino: estar por un tiempo, un año, fuera, sin discutir ni entrar en los problemas checos y dedicado sólo al teatro. Pensaba que los hechos pesarían suficientemente, y entre ellos, el de haber conseguido durante este tiempo un importante premio literario. Pero cuando volví a Checoslovaquia pasé ocho horas en la frontera. Luego nos cogieron físicamente a mi mujer y a mí y nos devolvieron a Austria.
Por tanto, no me siento exiliado, sino expulsado. Y la diferencia es muy importante. El exilio es el fruto de una discusión interior, tan intensa como la que puede preceder a un matrimonio o, mejor, a un divorcio. Pues bien, esa discusión previa me ha sido ahorrada; ese no es mi problema. Por supuesto, no estoy feliz, por mis amigos y por mi país.

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Antes de no poder reingresar a Checoslovaquia, Kohout fue uno de los protagonistas de la "Primavera de Praga". A partir de 1968 la mayoría de sus obras fueron prohibidas, naturalmente tampoco se le permitió seguir publicando. .